domingo, 12 de septiembre de 2010

Razón de vivir

"Señor, al Club Unión, por favor". Venga, que trabajar es lo que quiero, dijo el taxista, quien en menos de un minuto empezó a conversar como si nos conociéramos de toda la vida.
Me habló de lo que había hecho en el día, pero se cansó de conversar solo y me cuestionó. ¿Usted está casado? -Le dije: "Todavía no". Pero inmediatamente enfatizó, "Ni lo hagas, no te amarres, eso no sirve".
Su rostro denotaba preocupación y estando al volante parecía que necesitaba despejar su mente, obviamente, por todo lo que contaba no le había ido bien en el amor. Sin embargo, minutos más tarde sonó su celular. Al terminar su conversación me explicó que era "la querida" y se ríe. Se acordó de que la tenía que pasar a recoger al mediodía, pero se le olvidó y reveló que le echó un cuento para quitarla del paso. Ahora nuevamente aquella dama estaba concretando esa cita pendiente. Pero el taxista hábilmente expresó que sabía que ese era un amor por interés, por dinero.
¿Y su familia?, le pregunté. Su respuesta fue bien compleja. "Tengo tres hijos, dos menores de edad, que están en la escuela, pero ellos andan en su mundo. Tengo 30 años de casado, le he sido infiel a mi mujer un montón de veces. Si te saco la cuenta, no me lo vas a creer. Ahora mi mujer me acaba de confesar que ella me la hizo y qué más me queda, perdonarla, si yo lo hice y lo sigo haciendo". ¡Vaya respuesta, caballero!
El taxista añadió que su madre había muerto hace pocos meses. "Ya lo tengo todo, qué más puedo hacer. Sólo me queda esperar la muerte", enfatizó.
No me quedé callado y con respeto le expresé: "Usted tiene a dos adolescentes que enrrumbar para no pasar por las mismas vicisitudes en las que hoy usted se encuentra. Sus hijos merecen encontrarle sabor a la vida y una razón a su existencia".
didier.gil@epasa.com

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