domingo, 12 de septiembre de 2010

Allá en Sinaloa

Hoy en la noche estaré llegando a mi Panamá. Estuve cuatro días compartiendo con periodistas mexicanos, quienes con mucha preocupación expresan una tendencia hacia la autocensura en su trabajo, pues su vida y la de su familia corren peligro por un tema que casi no se habla o se toca sutilmente en los medios de comunicación para los que laboran, pero que a lo interno de regiones como Culiacán, Sinaloa, es el pan nuestro de cada día: narcotráfico o crimen organizado.
En los rostros de los colegas se percibe impotencia, la pasión o vocación por esta profesión, que tampoco es bien pagada, los cohíbe de informar hechos que quisieran comunicar, sin embargo, hasta sus jefes deciden no hacerlo, pues la nota de portada de la edición siguiente podría ser el asesinato de ellos, su secuestro, desaparición o son "levantados", que no es más que la acción de ser obligados a montar a un auto en su horas laborales y luego aparecen acribillados, descuartizados, entre otros.
Pese a tal panorama, hay entusiasmo por hacer este valioso trabajo. Nunca olvidaré a Ángeles Moreno, una periodista muy chispa, que al escucharla hablar inspira, pues al relatar sus vivencias, terminas frío y diciendo en tu mente: "Wao". Esta periodista ha tenido el honor de hacer hablar a los presidentes mexicanos que no quieren dar declaraciones en ciertos actos. "Le agarré la mano y no lo solté. Los escoltas me empujaban y yo allí, presionando para que me respondiera, porque mi deber es preguntar". Esa es una de las grandes hazañas que ha hecho, y por lo que, el resto de los periodistas sinaloenses la admiran. Esta mujer es de armas tomar, en sentido figurado, pues como allá los periodistas deben cambiar todos los días la ruta de su regreso a casa, para minimizar riesgos; ella, caminando por las veredas de esta ciudad, y sabiendo que la persiguen, ha agarrado su grabadora y ha encarado a quienes van detrás de ella con malas intenciones. Y vaya que tiene los pantalones bien puestos, pues su forma de cuestionar es única. Su voz es incisiva.
Que hay peligro, ella lo sabe, pero por sus venas corre su vocación, y su arma es preguntar. Aunque le han ofrecido comprar su pluma, esta ciudadana ha preferido mantener su integridad de mujer y no prestarse para la corrupción. Su vida misma es una enseñanza. Gracias, Ángeles.
didier.gil@epasa.com

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