La fiesta fue buena y a penas salía el sol. Caminaba por la Avenida Central en la capital de Panamá, y aunque todo parecía un velorio encontré en esa transitada vía una rueda de hombres y mujeres aglutinados en una esquina.
Todos estaban atentos como cuando un niño aprecia la supuesta magia de un mago. De ese círculo emanaban gritos, burlas y muchas carcajadas. Una mujer embriagada hacía el espectáculo más lamentable y deprimente que había visto. El tema "Gallina fina" de los hermanos Samy y Sandra Sandoval cobraba vida. Nuevamente la fémina alegraba más aquel grupito y gritaba a viva voz " no creo en brujería".
Esa era Marieta aquella mujer que en busca de felicidad pasó toda una noche perdida en los tragos de ron y entre los brazos de aquellos caballeros que con sus presuntas buenas intenciones le prometían el cielo y la tierra. Al menos eso era lo que ella buscaba. Marieta quería sentirse amada.
De repente, la pieza musical se acabó y el público comenzó a espacirse.
Una vez más Marieta quedó sola, y aquella felicidad foránea tuvo su fin.
Al ver el rostro melancólico de Marieta recordé el valor de una fémina, pues fui criado por una mujer. Es por eso que el respeto que se merece una dama es incondicional. Y en todo caso Marieta es una hija de Dios. Él en su Evangelio nos promete: "Si cumplen mis mandamientos y permanecen en mi amor, yo permaneceré en ustedes. Les he dado todas estas cosas para que mi alegría esté en ustedes y su alegría sea completa". ¡Búscala! Yo sé que Marieta la puede encontrar.
didier.gil@epasa.com
domingo, 12 de septiembre de 2010
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