Debo confesar que como periodista siempre me ha gustado analizar a las personas que están a mi lado, de tal manera que me quedo escuchando qué y cómo hablan, cómo piensa, cuál es el mundo gira a su alrededor. Y digo esto porque a veces hay personas que andan en su mundo y no le interesa lo que sucede en su entorno. Pero en esta práctica a veces siempre me llevo una enseñanza.
Cierto día mientras esperaba el transporte para llegar a mi trabajo en la parada de Santa María de Betania, cerca del Instituto América, observé que detrás de mi había más de cinco padres de familias con sus hijos enfermos en brazos o con alguna discapacidad. Ellos llevaban a sus pequeños a sus terapias al Instituto de Medicina Física y Rehabilitación, ubicado en la entrada de Cerro Patacón.
De repente, uno de esos niños convulsionó. Sinceramente quedé asombrado y me dije: "Dios mío, qué apostolado".
No sabía que hacer y eso me incomodó mucho, pues desconozco qué hacer en esos casos. Es más, me quedé paralizado, pues a veces uno, por hacer un buen gesto, termina siendo mal visto. Los otros padres se miraban uno al otro, me imagino pensando lo mismo que yo.
Es por eso que en este espacio, aprovecho para elogiar aquellos padres que a pesar de que sus hijos padecen de alguna discapacidad o están enfermos se han aferrado a ellos para salir adelante. Recordemos que antes algunos padres escondían a estos niños, pero gracias a Dios, ya no son vistos como una carga, sino una bendición. ¡Dios sabe, por qué hace las cosas". didier.gil@epasa.com
domingo, 12 de septiembre de 2010
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