Qué tal amigos lectores, esta es la primera columna formal que comparto con ustedes, y es en este espacio donde cada sábado compartiré con ustedes algunas vivencias y situaciones que desde mi observación nos envían un mensaje o nos dejan una enseñanza. ¡Enhorabuena!
Hoy es un día especial, pues a principios de esta década recuerdo que en mi pueblo natal, Campana, Capira, los jóvenes que asistían a la iglesia estábamos agotados, pero felices. Sí, ya habían pasado dos días del Triduo Pascual, en el que a través del drama traíamos a nuestros días, a la comunidad, escenas de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús. Eran días en los que la iglesia cobraba vida, había entusiasmo, respeto y entrega en lo que se hacía.
Sólo nos confortaban los aplausos de los espectadores y el saber que estábamos agradando a Dios. Recordar esos momentos me erizan la piel, pues aunque nunca protagonicé papeles principales estuve detrás de los actores del drama incentivando su talento, quienes daban los mejor de sí y confiaban en su rol.
Jóvenes como Isidro "Papito" Samaniego, Ricardo "Richy" Saurí, Rogelio "Pipo" Lorenzo y Reinaldo "Naldo" Herrera salieron a las calles del pueblo representando a Jesús, y en una noche como hoy cantábamos a todo pulmón en la Vigilia Pascual el canto del gloria, pues aquellas escenas de dolor y sacrificio que vivió el Redentor nos reiteraban que Jesús había vencido la muerte.
Era motivo de fiesta, pero no una alegría pasajera, era la alegría que solo da Dios.
Hoy salgo a mi pueblo y me da temor ver los ideales de nuestra juventud. No los critico, pero confieso que no entiendo la apatía de ellos hacia la iglesia.
Si algo hay que reconocer es que no todo está perdido, pero por algo hay que empezar. Es hora de resucitar también a nuestros jóvenes, pues de la mano de Cristo también hay una razón de vivir. didier.gil@epasa.com
domingo, 12 de septiembre de 2010
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